Tal como empecé la última vez, empiezo hoy: "Dos noches mágicas de Champions, dos fiascos de los españoles".
Dejando a un lado si lo merecieron más o menos, si unos jugaron mejor o los otros peor, lo que está claro es que siempre, siempre nos dejamos llevar por la euforia, por la eterna rivalidad, por el fanatismo. Todos veíamos una final española de Champions, sin tener en cuenta a dos grandes equipos (que por cierto, no pasan por su mejor momento). Propio de la idiosincrasia de casi todos los españoles (digo casi porque se dice que generalizar no es bueno, aunque ese 'casi' me sobra) de vender la piel del oso antes de cazarlo o, como dirían los catalanes, 'no diguis blat fins que estigui al sac i ben lligat'. Sí señor, estos dos equipos nos han abierto los ojos.
Por otro lado, son vergonzosas las reacciones de ambos bandos. Los merengues contentos porque el Barça se hundía un poco más. Porque no sólo les ganaban la Liga, sino que ya se veían levantando la 'Décima' y provocando el definitivo cambio de ciclo que tanto desean. Por otro lado, los culés, respirando más tranquilos la noche de ayer: 'el Madrid nos gana la Liga pero se quedan sin su ansiada 'Décima''. En resumen, regocijo y alivio en desgracia ajena. ¿Cuándo aprenderemos a alegrarnos de lo nuestro sin necesidad de mirar al otro lado?
Cambiando de tercio, mientras el pueblo está pendiente del espectáculo, del circo, mientras consume esa droga que es el fútbol, los políticos hacen y deshacen a su antojo sabedores de que la plebe está entretenida en banales juegos y no alzarán la voz tomen las decisiones que tomen. Ya va siendo hora de despertar, de conocer lo que realmente sucede a nuestro alrededor. Las redes sociales se colapsan de mensajes de burla hacia el rival en noches como las del martes y miércoles. Cuando no hay encuentros en los que sumergirse nadie se hace eco de la situación que no sólo vive nuestro país, sino el mundo entero. Seguimos sumidos en esa resaca emocional que nos provoca la victoria de nuestro equipo o la derrota del adversario.
Fútbol y realidad social no son incompatibles, se puede disfrutar del primero sin perder de vista el segundo, que es el que nos da de comer.
En fin..